Pilar Cabañas Moreno
2004
Transferir
Transferir, esto era para Ignacio Llamas (1970), artista toledano que, los pasados meses de diciembre y enero ha estado exponiendo en la galería Egam de Madrid, parte de la técnica que utilizaba para trabajar su obra. Pasaba al lienzo los dibujos y motivos previamente seleccionados, mediante productos químicos que los trasladaban del papel a la tela. Y los componía de manera que el espectador, como quien descifra un jeroglífico, pudiera recorrerlos haciendo su propia lectura personal. El que observa se aproxima así al artista a través de lo que la obra trasluce de él. Se establece de este modo un vínculo de comunión expresamente buscado a través de esta relación plástica. Se trata no sólo de transferir las imágenes al lienzo, sino también de transferir su interior.
Ignacio Llamas se toma muy en serio esta comunión con el espectador, y no sólo con él, porque pretende además que su obra sea un vínculo de unión con el pasado del arte, y un eslabón más con el futuro que vendrá. La sensibilidad del artista es una riqueza que poner en común, y a través de estos vínculos contribuye de un modo concreto a vivir por esa utopía que parece ser la fraternidad universal. El talento y el ser del artista no deberían estar solo y absolutamente al servicio de la mera autoafirmación.
Desde este planteamiento de base, el mero entretenimiento o la frivolidad están fuera de lugar en su obra. En ella solo cabe la sinceridad, esa verdad que cada artista lleva dentro y que desde el silencio interior en el que brota la creación, es transferida a la tela. Por tanto, es su labor mostrar. Sin embargo, son muchas las cosas que se nos muestran incluso en un paseo por las calles de la ciudad. Contemplamos la exhibición de prendas de vestir, de productos informáticos, de discursos elocuentes… de los que frecuentemente nos separa el cristal de un escaparate.
El artista ha querido romper este cristal, y pasar de mostrar su interior a dejarse recorrer. Por ello, ha abandonado la bidimensionalidad de los cuadros, para proponernos a un mismo tiempo penetrar en su interior, en nuestro interior.
Cajas encendidas cuya luz atrae nuestra mirada, para una vez allí recorrer la estancia, sentarnos en el banco, o pasear entre los árboles.
Juegos de luces y sombras que nos hacen interrogarnos sobre el alcance de la fuerza y la belleza de las sombras, sobre las consecuencias que cualquier minúscula realidad proyecta.
Cristales y luces blancas, que manejados con gran soltura plástica, y animados por un potente sentimiento poético, olvidan su aparente frialdad para hablarnos de transparencia, de pureza, de sencillez.
Son obras que no necesitan de explicaciones porque han nacido con la vocación de comunicar, de ofrecer al espectador a través de esa mirada que las recorre un tiempo y un espacio para su contemplación, para la contemplación de nuestro propio ser, o incluso quizás de nuestro soñado querer ser, ya que en algunos momentos sentimos proyectados en las obras nuestros deseos.
Todo el conjunto, instalado en la galería con una gran sencillez invita a la calma, a la tranquilidad, a la escucha de “nuestro sonido interior”. Nos proponen y nos ayudan a hacer un alto en el camino ensordecedor de ruidos y agitaciones cotidianas, para ponernos en lo esencial. Sentimos proyectados y recogidos en cada pieza nuestros deseos de sosiego y plenitud.
Afirmaba Andrei Tarkovski, un relevante director del cine ruso que “…cualquier arte que no quiera ser “consumido” como una mercancía consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana […] O quizá no explicárselo, sino tan sólo enfrentarlo a este interrogante”(1). Creo que estos últimos trabajos de Ignacio Llamas nos ayudan a caminar en este sentido. No nos imponen una explicación como verdad absoluta del sentido último que la vida tiene para él, sino que intentan acotar un instante en el que enfrentar al espectador con su silencio interior, desde el cual cada uno ha de dar su respuesta a sus propios interrogantes.
Hojeando algunos escritos de Tàpies recuerdo que hablaba de las cualidades humanas del artista, y de cómo no podía juzgarse la grandeza de su genio por su ser sabio o buena persona. Consideraba que una postura ética sin estética no era ninguna garantía para hacer una obra de arte importante, que una mala obra de arte podía tener efectos dañinos para la sociedad, pero que eran aún peores los productos estilistas del deshonesto, aquellos que con estética pero sin ética, pueden usarse por sus apariencias artísticas para engañar aún más a la sociedad. “Belleza y verdad son inseparables”, dice el maestro catalán, y parafraseando a los sabios de Extremo Oriente añade “El deshonesto tiene mala letra y mala pincelada”(2)… Quien se aproxime a la obra de Ignacio Llamas podrá descubrir que en ella no hay engaño, sino verdad, que no hay deseo de moralización, sino búsqueda en libertad, y se sentirá seducido por la pulcritud y cautivadora sugerencia de sus espacios.
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(1) Tarkovski, A. (1991). Esculpir en el tiempo. Madrid, Rialp, p. 59-60.
(2) Tàpies, A. (1989). La realidad como arte. Por un arte moderno y progresista. Colección de Arquitectura. Murcia, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, p. 227-228.