Carlos Delgado Mayordomo

2014

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La creación, un viaje interior

Ignacio Llamas y José Luis Serzo

Aunque estos dos artistas jóvenes han elaborado poéticas formales muy distantes, han inscrito sus obras en parámetros conceptuales sorprendentemente próximos, en un intento de construir respuestas a las preguntas esenciales del ser humano
Ignacio Llamas y José Luis Serzo pertenecen a una misma generación de artistas jóvenes, con una sólida trayectoria y un amplio reconocimiento crítico; sin embargo, sus respectivos trabajos no se habían cruzado hasta su participación en Objetos de deseo, exposición colectiva que tuvo lugar hace unos meses en el Museo Nacional de Artes Decorativas.

Para esta muestra, Ignacio Llamas fue invitado a intervenir en un oratorio barroco; a través de la incorporación de árboles blancos y una sutil modulación lumínica consiguió transformarlo en un fascinante ámbito donde lo espiritual ya no era una reconstrucción museística sino el resultado de un proceso creativo íntimo. Por su parte, José Luis Serzo utilizó la escenografía de una cama señorial para dotarla de vida; de este modo, nos contó la historia de un rey que sueña con vivir fuera de su partitura original y convertirse en un humilde pastor. En ambos casos, los artistas plantearon narrativas inéditas para los objetos conservados en el museo a través de un lenguaje que, sin esquivar la complejidad simbólica, buscaba generar una comunicación directa con el espectador.

Un análisis más amplio de sus respectivas trayectorias nos revela que, si bien han elaborado poéticas formales muy distantes, tanto Ignacio Llamas como José Luis Serzo han inscrito sus obras en parámetros conceptuales sorprendentemente próximos: la creación entendida como viaje interior, la reivindicación de la belleza como nombre complejo y, finalmente, la posibilidad de volver
a entender el arte como herramienta transformadora del ser humano.

Ignacio Llamas

Para Ignacio Llamas la función del artista es doble. Por un lado, debe transmitir y comunicar la belleza, y por otro, debe generarla. No se trata de un camino fácil. Es necesaria la consolidación de un lenguaje propio, que en el caso del artista toledano pasa por un amplio período de experimentación pictórica hasta que, a mediados de 2002, decide abandonar la limitación del lienzo y generar un espacio real; de este modo, sus obras comienzan a adquirir un carácter volumétrico, entre la escultura, la instalación y el objeto artístico, opción formal que pronto se consolidará a través de pequeñas habitaciones a cuyo interior podemos asomarnos. Con estas piezas y, desde 2009, con fotografías que parecen reflejos de esos mismos mundos interiores, el artista consolidará su investigación acerca de las emociones y sus vinculaciones con la trascendencia.

Estas sencillas estructuras, tanto en su vertiente tridimensional como en su plasmación fotográfica, se ubican en una dimensión muy distinta a la densidad visual y la imagen hipertrofiada que domina la actual sociedad global y tecnológica. Al indagar en el interior de estas imágenes descubrimos espacios limpios, dominados por una luz cálida y transformadora, que solo son alterados por un breve inventario de elementos cotidianos de fuerte carga simbólica: una maleta, una escalera, una silla o un árbol. De este modo, Ignacio Llamas genera un universo silencioso y elocuente, de ámbitos edificados sobre la elipsis y que, en ocasiones, albergan el sonido como único habitante posible.

La propuesta parece sencilla: el artista invita al espectador a adentrarse en estos espacios simbólicos, silenciar sus ruidos e indagar en su propia intimidad. De hecho, una de las piedras angulares de la propuesta teórica de Ignacio Llamas es una consideración del arte como vía de acceso a un conocimiento que nos permita ofrecer respuestas a los interrogantes más profundos del ser humano. Sin duda, esta alta pretensión y firme compromiso con la funcionalidad del arte le ha llevado a elaborar una trayectoria rigurosa, armada a través de emocionantes series, y cuya última gran puesta en escena tuvo lugar a principios del pasado año en el Museo Patio Herreriano de Valladolid.

Aquella muestra, titulada Fisuras, estaba integrada por distintas obras en las que el artista planteaba dialécticas integradoras a partir de conceptos opuestos: natural y artificial, material e inmaterial, universal y particular, palabra e imagen, figuración y abstracción. De este modo, la dualidad entendida no como enfrentamiento sino como relación fructífera de equilibrio, se convertía en la principal protagonista de estos espacios desvelados, tocados por el misterio de lo ausente y mediados por la belleza como expresión inconmensurable.