Vacíos (2014-2015)

VACÍOS, 2014-2015

Vacíos es una serie que regresa a lo pictórico. Una pintura hecha topografía del espacio circundante. Los planos mesetarios del territorio vital de Ignacio Llamas vienen a reclamar la deuda de su influencia subliminal. El horizonte castellano manchego impone su “localidad”. Ningún artista es ajeno al espacio que habita y su práctica artística es deudora del sustrato local. “Esta universalidad  no se consigue mezclando un poco de cada cultura o de cada momento histórico, ni tampoco pretendiendo una uniformidad. La riqueza está en la diversidad. Para que esto sea posible el artista debe estar enraizado en su propia cultura, en su propio periodo histórico, ser fiel a su propia formación socio-cultural e histórica. Sólo así se consigue ser comprendido por el resto de la humanidad (por sus contemporáneos y por sus sucesores) y con ello ser universal”, ha escrito Llamas.

Ignacio Llamas viene a saldar esta deuda con lo propio, con una serie en la que las grandes extensiones vacías no conocen límites. Por eso es tan importante la disposición horizontal y el uso que ha hecho de la luz en estas piezas. La focalización de la luz a corta distancia implica relegar a la penumbra partes importantes de lo representado. Este “sacrificio” del perímetro de la obra la hace, por contraposición, infinita. Como en la pintura china antigua, Llamas deja sin enmarcar la obra, pues sabe que el marco es sinónimo de estrechez espiritual. Aquí es la ausencia de luz la que disipa el marco físico del soporte.

La luz es de nuevo la sangre que nutre la obra, circula invisible y se derrama por el territorio fertilizándolo. Las humildes construcciones tanto pueden servir para acopiar herramientas de labranza como para dar sepultura ritual al campesino que la habitará eternamente. Vallas publicitarias que acogieron promociones comerciales hoy permanecen mudas. Se pinchó la burbuja inmobiliaria y solo persiste el flamante cartel de obra que ofrecía un paraíso hipotecado. Los depósitos de agua nunca llegaron a conectarse a la red y hoy permanecen varados como módulos lunares en un paisaje de escombro y cemento. Contenedores de escombros que ningún camión pasará a recoger. Tendidos eléctricos sin cables a los que puedan acudir los pájaros. Las alambradas trataron de poner “puertas al campo” pero solo persisten en jirones incompletos, cercando la nada. La nada, el espíritu, el alma, el dolor, la llama.

Cristina Fontaneda Berthet