Solitudes, 2014 - 2017
Solitudes
Se trata de un conjunto de imágenes resueltas mediante la impresión digital sobre papel de algodón. Son fotografías, sí, pero son mucho más. Son un estadio provisional en un proceso de investigación que tiene estadios previos y que puede ser trascendido por otros venideros. De hecho es su agrupación expositiva el estadio más evolucionado, aquel en el que renuncian a su identidad individual para disolverse en un sistema colectivo. Son obras recientes, de los años 2014 y 2015, y eso explica su complejidad. Como en las lacas chinas, finísimas películas de experiencia artística se superponen en las obras últimas de Llamas.
En Soledades la cámara fotográfica es el dispositivo que congela momentos del proceso de experimentación creativo en el taller. La fotografía atrapa y “recicla” instantes que solo tienen lugar ante los ojos de Ignacio. En el momento mágico en el que el juego de la luz manipulada, la disposición de pequeñas piezas escultóricas, la definición de la escenografía -de contornos y dimensiones inaprehensibles- y la concurrencia de una bruma de origen incierto, ofrecen un equilibrio esencial, el obturador de la cámara tiende la trampa que trasciende el instante y lo sublima.
“Apenas trabajo digitalmente la imagen en el ordenador. Además, ni siquiera es fotografía en blanco y negro. De hecho es fotografía en color. Lo que pasa es que lo que fotografío está pintado de blanco. Pero si te fijas siempre hay una calidez especial que delata el uso del color, sobre todo en las luces” se confiesa el artista en “Conversación con Ignacio Llamas” (incluida en Lamentos, catálogo de la exposición que tuvo lugar en la Fundación Antonio Pérez de Cuenca en 2015). ¿Cuál es el sentido de fotografiar en color aquello que es blanco o negro de por sí? Solo uno, dar veracidad a la luz. La luz debe ser cierta. Si la luz es icono de la verdad ¿cómo podría Ignacio Llamas atreverse a vulnerarla? Conociendo a Ignacio es impensable pues su actitud artística se rige por la honestidad.
Dice Roland Barthes (La cámara lúcida) que “toda fotografía es un certificado de presencia. Este certificado es el nuevo gen que su invención ha introducido en la familia de las imágenes”. Ahí reside la clave de la serie Soledades, emitir certificados de la presencia de lo efímero en la obra. La presencia casual de una silla en un escenario abandonado en el que no sabemos que se ha dicho, ni por quien. La presencia de una farola ciega superviviente de cualquier otro rasgo de urbanización. La presencia de un humilde refugio emergente en una bruma irreal. Tantas y tan pequeñas presencias documentadas por la fotografía no son sino la certificación de una ausencia mayor, la del hombre, testimoniada en esas Soledades. El propio artista lo describe así: “Utilizo el espacio como una metáfora del hombre. Y a partir de ahí he ido explorando las limitaciones del propio ser humano. En el fondo se trata del tema del dolor. Me planteo el espacio como una mirada que uno recorre para contemplar su propio interior” (recogido en la citada “Conversación con Ignacio Llamas”). Hay algo de naufragio humano en esta soledad de Ignacio Llamas, una soledad en la desolación, carente de opulencia. Palpable en la deriva de sendos icebergs de yeso que, pertenecientes a la misma serie, han encontrado el camino inverso y se materializan corpóreos en el centro de la sala. De la escultura a la escenografía, de la escenografía a la fotografía y de la fotografía a la escultura, el ciclo creativo de Llamas es claramente circular. No hay solución de continuidad en esa “cinta de Moebius” en la que no hay anverso ni reverso, ni antes ni después.