Pilar Cabañas Moreno

2008

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The sense of abandonment as a source of light

En medio de una sociedad altamente tecnificada donde el hiperrealismo supremo destruye la posibilidad de ensoñación, donde los mapas trasestéticos nos hablan de relajamiento existencial y seducción de lo ornamental, donde espectadores y artistas son enajenados por lo virtual, … “han ido desapareciendo las metafísicas trascendentales y las estéticas esenciales para dar paso a la concepción del simulacro, de la mentira, de lo inauténtico, con un cierto metalenguaje de lo banal, lo cursi, lo kitsch. En un mundo de imágenes banales –donde se desea hacer desaparecer los problemas esenciales de la existencia por medio de la saturación y la construcción de realidades virtuales- se instaura el simulacro de que la realidad social desaparece y que la problemática esencial del ser no posee importancia para la creatividad humana”(1).

Ante este panorama en el que nos hallamos inmersos percibimos como en el desencantamiento posmoderno generalizado se ha diluido el sentido de lo sublime, la necesidad de trascendencia por medio de la obra de arte, y su inquietante capacidad para abordar la otra orilla, de mirar lo invisible.

Sin embargo, todavía quedan Refugios del Misterio que se nos ofrecen sin simulacros. También hoy hay artistas que valoran la sinceridad y honestidad en el trabajo artístico. Un trabajo que conciben como camino de perfección creativa y personal, como lugar de búsqueda, de preguntas y respuestas. Las obras de Ignacio Llamas, un artista que intenta abordar los problemas esenciales del ser humano, no responden al cliché de imágenes inmediatas de fácil consumo, no son objetos vacíos de sentidos, sino lugares de encuentro que fomentan la necesidad de impulsar la vida hacia otras esferas.

¿Por qué Refugios del Misterio?, ¿es acaso un ir contracorriente frente a la banalización que sufre la vida, el ser, el arte?

Las obras de su serie anterior Contornos del Silencio formaron parte de la exposición Memoria de Presencia. Memoria de Ausencia que el Archivo Histórico Provincial de Toledo celebró con motivo de los 75 años de su creación. El recorrido por los diferentes rincones del antiguo edificio concluía en una sala abovedada. Se llegaba a ella a través de un pasillo oscuro y volado. Cuando se penetraba en aquel espacio se podía contemplar la luz que salía de una de sus piezas, y conforme nos acercábamos percibíamos el sonido de un corazón. Era un lugar recóndito, apartado, donde podía escucharse, como encerrado en el útero materno el latir de la vida, o el latir de nuestro propio corazón, inquieto por las angustias que nos atenazan, calmado ante la visión serena y esperanzada del interior de la pieza.

Aquello era ya un refugio del misterio, un refugio para ser conscientes de la vida que late en el interior de cada uno, un refugio para descubrir nuestra luz interior.

Aristóteles concebía que el fin de la tragedia es conseguir una sensibilidad purificadora, una catarsis, por medio del temor y de la compasión. Esto era posible porque hace experimentar al espectador los hechos como si fuera él mismo la víctima o el héroe, transformándolo por un acto de intersubjetividad estética, en actor-espectador, creador del drama. “La tragedia era precisamente la imitación de acciones que producen estos estados emotivos”(2).
Podemos situarnos ante las obras de Ignacio Llamas como ante pequeñas tragedias, porque requieren de nosotros, no que miremos por sus oquedades como quien se asoma por la ventana de casa para ver qué ocurre fuera. Apelan a nuestra sensibilidad estética para, en comunión con ellas, descubrir a través de sus líneas, de sus objetos abandonados y de sus luces el misterio que allí se esconde, lo que de universal tiene la inquietud del artista. Sentidos ocultos que se deben descubrir por medio de un ejercicio del espíritu.

Entre las obras de series anteriores y las cajas de Refugios del Misterio, se aprecian diferencias sutiles, diferencias de luz. La luz ya no es aquella que invadía prácticamente todos los rincones, ni la que simplemente nos permitía ver las sombras de algo oculto dibujado en la pared. La luz es un lápiz cada vez más certeramente controlado por el artista de manera que con él dibuja líneas afiladas, difumina contornos, enfría las formas, matiza con negros ocultos que absorben su intensidad. Sin la luz no habría nada, ni formas, ni lugares desplazados, ni sombras de ausencia, ni misterio. Como hiciera Henry Talbot con las huellas de la luz al inventar la fotografía, Ignacio Llamas ha conseguido crear un lenguaje lleno de matices capaz de definir incluso negros de luz, no por ausencia, sino por presencia.

Podríamos pensar comparando estas últimas creaciones con las anteriores que sus obras tienden hacia la oscuridad, pero si nos detenemos en su contemplación el juego es mucho más complejo. Lo que busca es una síntesis unitaria. La resolución de nuestras luces y nuestras sombras. No se trata pues de que sus formas lloren amargamente o resplandezcan por su vacío ascético, sino de que en sus recorridos las sombras nos hablen de luz, y las claridades de oscuridad.

Abrirnos a otros lugares donde descubrir que la luz se esconde en las sombras es actualmente su gran reto.

En algunos rincones vemos arrumbados escombros, restos de una construcción, estorbos en medio de un espacio diáfano. Recordamos nuestro corazón latiendo en el interior de la caja. Pero no somos solo luz, en nuestra alma hay lugares oscuros, restos de los cuales no conseguimos desprendernos. Residuos de oscuridad, límites no asumidos, cuestiones insatisfechas. Aquellos tablones, ladrillos, cubos, se integran plásticamente en la obra como elementos bellos, si bien para el propio espacio no dejan de ser un obstáculo, sin sentidos en la pulcritud de sus arquitecturas. ”Al meter algo que estorba al espacio, me ha sorprendido que transforme el espacio en algo más habitable, más humano. Es en realidad lo que pasa con los dolores, con los límites, que asumidos, positivados, nos ayudan a vivir, a desarrollarnos”(3).

Evidentemente la creación es una actividad reflexiva, y el arte una verdad abierta. La unidad estética que ahora admiramos en obras como Sombras de ausencia o Lugares desplazados, surge de los escombros asumidos que nos habitan, y es una expresión plástica del dolor presente cada día, pero resuelto, integrado en nuestro ser.

Empresas como la emprendida por Ignacio Llamas solo puede ser entendida desde la sencillez de una creación que se construye sin preocuparse por cómo será glorificado, por cómo su obra será recibida en el mercado. Se trata de una propuesta completamente vital, que conmoviéndonos a través de su particular estética pretende hacernos reflexionar sobre los misterios ocultos de nuestra existencia: los límites, el dolor y el sentimiento de abandono como fuente de luz.

Muy griego en la catarsis que nos propone, muy medieval en su estética de luz, muy romántico en su intento de desvelar los misterios, quizá simplemente muy universal.

“A pesar de la desacralización, secularización y degradación del espíritu mítico- simbólico- en esta temporalidad moderna, los simbolismos arcaicos jamás desaparecen (ni siquiera en las épocas más positivistas y cientifistas); estos son parte del cosmos vital del ser humano y pertenecen a la sustancia espiritual del mismo. Se les puede camuflar, mutilar, degradar, pero jamás extirpárseles”(4). Todavía podemos encontrar Refugios del Misterio.

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(1) FAJARDO, Carlos (2005). Estética y sensibilidades posmodernas. Estudio de sus nuevos contextos y categorías. Jalisco: Iteso, p. 164
(2) ARISTÓTELES (1972). Poética. Madrid: Aguilar, p. 94
(3) Declaraciones del artista, 13/6/2008
(4) ELIADE, Mircea (1983). Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo mágico-religioso. Madrid: Taurus, p.25.